Blanca Martín: «Al patriarcado hay que vencerlo»

Más de cincuenta asesinatos machistas este año. Mes a mes, incluso día a día, el machismo nos roba más y más vidas. Hijas. Hijos. Parejas. Ex parejas. Dentro o fuera de la familia.

La consecuencia última del patriarcado, la consecuencia última de la violencia de género es el asesinato de una mujer y de lo que más quiere, sus hijas e hijos.

Es una tragedia cotidiana con actos que constatan que el patriarcado no se rendirá porque el espacio de poder adquirido, aún con pasos hacia atrás y con formas de conciliación hipócritas, no será definitivo hasta que la nueva sociedad a la que aspiramos, hasta que las nuevas formas de relacionarnos sea una norma, no logre vencerlo. Porque el patriarcado no se doblegará. Al patriarcado hay que doblegarlo.

Y que nadie aspire a aferrarse al victimismo cuando hablo de doblegar al patriarcado. En esa batalla cabemos todas las mujeres y todos los hombres que estén dispuestos a avanzar hacia un marco de convivencia que multiplique voluntades y que no haga del dominio su principal aliado.

Un dominio que se va transformando para que seamos incapaces de detectarlo a la vez que acabamos con formas anacrónicas de entender las relaciones humanas. El otro día, en un pueblo que no citaré, un alcalde decía que el rol de madre es irremplazable y que es ese espacio el que hay que mantener como un bastión inquebrantable. Y me pregunto, ¿inquebrantable ante qué?

¿Ante la brecha salarial? ¿Ante la falta de conciliación familiar? ¿Ante los que estigmatizan la decisión de hacer con nuestros cuerpos lo que queramos hacer con ellos?

Hoy, amigas, amigos, hay dos madres, hay dos padres, hay madre y padre, hay madre, hay padre. La familia hoy no puede ni debe ser el bastión de nada más que de una libre decisión para convivir con alguien si tenemos ganas de convivir.

En consecuencia, la violencia machista, el patriarcado, el control, la injusticia, son cuestiones que debemos abordar con profundidad, seriedad, solvencia y capacidad para encontrar las soluciones que eviten que lo antiguo se reproduzca en nuevas formas de dominio, de control, de que un hombre controle y cosifique a una mujer porque, ¿no es cosificar entender como propiedad privada a una persona?

El único rol que debe caber en la elección de una mujer es el de mujer libre. Y para ello hay que reeducar a los educandos y a los educadores. Llenar las aulas de ejemplos y sistemas para que no se repitan casos de vidas abducidas por el machito de turno.

Un sistema educativo que refleje lo que queremos que sea la sociedad del futuro mientras seguimos conviviendo con la lacra del presente que heredamos de un pasado negro y, sobre todo, basado en la injusticia.

Quien no entienda que la igualdad real entre pares es consecuencia absoluta de la ausencia de roles prestablecidos, no entiende absolutamente nada.

La batalla, día sí y día también, que libramos contra quienes necesitan clasificar el mundo y clasificarnos a todas, la debemos dar y vencer desde la legislación, desde la educación y desde igualdad en el trabajo y ante el salario.

Golda Meir, primera mujer ministra de Israel, nacida en 1898, afirmó: “No puedo decir si las mujeres son mejores que los hombres. Sin embargo, sí puedo decir, sin dudar, que no somos peores”.

Construir un mundo en el que la igualdad supere a la desazón de la injusticia, es aún una utopía, pero hemos avanzado hacia la meta, demostrando una y otra vez, pues eso, que no somos peores.

Creo que ha llegado la hora de no tener que demostrar nada a nadie, sino de disfrutar, junto a quien queramos y donde queramos, bajo la forma que elijamos, de un mundo sin fronteras humanas, contiguas, invisibles.

 Ser mujer libre es el único deber que vamos a aceptar. Cueste lo que cueste, y le duela a quien le duela.

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