Atocha, 11 de Marzo de 2004. Ese día nos destrozaron la vida a los muertos, sus familias, la ciudadanía entera y la confianza en una administración que antepuso el electoralismo al dolor humano.
En vísperas de las elecciones que ganaría José Luis Rodríguez Zapatero, España ofreció sus entrañas y el dolor de forma inesperada. Sus consecuencias aún se pagan en medio del desprestigio de algunos políticos, generado desde la mentira y la infamia –palabra que merece ser repetida-.
El apocalipsis de los rastros de la muerte invadió nuestras retinas. La radio golpeaba el alma de los que esperábamos que el gobierno fuera de todos los españoles y no de una casta cuyo objetivo era y es el poder por el poder mismo.
Medios progresistas, como no podía ser de otra manera, se hicieron eco de los comunicados oficiales, los Acebes, Rajoy, Aznar y compañía, sus convencimientos morales y la inmundicia ética con la que trataron la sangre derramada en las vías de Atocha.
Con los cuerpos tendidos, en Moncloa se pensó electoralmente. La política más bastarda se impuso y la teoría oficial nos manipulaba hacia la pista ETA. Pensaba, la derecha, como piensa ahora, que la banda terrorista los fortalecía electoralmente porque creían, como creen ahora, que son las únicas víctimas de la sin razón criminal. Así es la catadura moral de algunos.
Todavía hoy, las víctimas del 11-M siguen siendo ninguneadas por la derecha que aún repite, como loco ante el espejo, que hubo una conspiración en su contra. Y no tienen vergüenza en arrastrar a quienes sufren día a día, la ausencia de los suyos.
Hoy, diez años más tarde, muchos de los protagonistas de las mentiras de estado, siguen en primera línea política.
El presidente Rajoy, hace una década nos mentía a costa de la sangre de nuestros muertos. Desde que llegó al poder nos miente sin pudor mientras destroza el Estado Social y desteje la asistencia a los más desfavorecidos por una crisis que vio salvar a la banca a costa de la tragedia ciudadana.
Un día, en coloquio con el poeta granadino Luis García Montero, le comenté que “la muerte no cesa, simplemente evoluciona”. Con ello, quería significar que seguirán orquestando estrategias para minimizar sus infamantes conjeturas. No les importa la gente, nunca les importó. Aquella vez creyeron que el dolor era una herramienta para conservar el poder y perdieron. Hoy piensan igual y si la sociedad no los cambia será que la infamia nos invadió a todos.