Ivar Matusevich: EL POPULISMO

Ivar Matusevich comparte su refelxión acerca del relato que moviliza a los diferentes populismos y traza un denominador común: la inmediatez. El inodoro de Marcel Duchamp ilustra El populismo

Por Ivar Matusevich Follow adrianboullosa on Twitter

La política fue siempre un tipo de relato, una descripción narrativa dentro de un metalenguaje: el de los actos y las conductas.

Sin embargo, de ahí a pretender que el relato es omnipresente y abarcativo de una totalidad existente sin matices, lo convierte en una etapa pre totalitaria. Hoy, el totalitarismo no necesita, en occidente al menos, la fuerza de las armas y la persecución, sino un pensamiento único, más o menos afectivo, más o menos destinado a las entrañas de la gente. Evidentemente cala porque razones tiene. ¿Tendrá también soluciones?

Cuando eso ocurre, construir un espacio de convivencia se antoja difícil, porque el populismo vive, respira y transgrede los espacios matizables. Necesita un enemigo, una tierra prometida, una forma narrativa y su consiguiente relato. Blanco o negro, casta o no casta, nacionalista o español [llevamos una década de este monumental sic].

En este lodazal sin planteamientos ideológicos serios, transigiendo hacia la descomposición de lo viejo por algo que, a pesar de lo que digan, no es nuevo sino una vía de escape, nos encontramos la ciudadanía y aquellos que aspiramos a compartir postulados para generar convivencia, amparados en una forma de entender el mundo.

Hay que echar a los corruptos, pero decirlo no te convierte en el generador de un sistema educativo de vanguardia. Hay que terminar con el tráfico de influencias, pero denunciarlo no suma médicos, camas y material sanitario a nuestra sanidad pública. Apuntar con el dedo sólo te convierte en francotirador cuando España necesita un liderazgo crecido y afirmado en el pluralismo de las diferencias porque plural y diferente es España.

Es evidente que mientras más rimbombante es el relato y mayor la brecha entre el futuro digno y la gente, toda aspiración mesiánica, desde un espacio de denuncia, cala en la gente. Pero el mensaje se emite hacia la sensibilidad pisoteada de la ciudadanía y no tiene la compañía imprescindible de un proyecto integrador, transgresor y solvente.

La denuncia, cuando llega al alma herida, genera indignación y la indignación confluye hacia una vorágine de incertidumbres que, por inciertas, no descalifico. Sólo digo que, más allá del argumentario, no le encuentro sostenibilidad en la transformación de la realidad de las penurias ciudadanas.

El populismo, venga de la dirección que venga, aspira a totalizar desde el mensaje y el sentimiento únicos. No busca un espacio de convivencia que genere un abanico de posibilidades responsables y equitativas. El populismo vive del hoy, aquí y ahora. Necesitamos, por el contrario, un proyecto aplicable para las próximas décadas.

Este país no cambiará para bien si no se depura y democratiza el poder judicial, si no se establece una ley de medios que impida que la palabra se prostituya, si no buscamos una salida a la inmoral influencia de la Iglesia en la educación, si no cambiamos las relaciones laborales, si no generamos un nuevo sistema de empleo público que evite el exilio de los mejores.

En resumen, no hay respuestas allí donde se denuncia lo malo conocido. Es el plan argumental, contra las encuestas cocinadas. Mientras tanto, mi temor es que el populismo, militante de la paja en el ojo ajeno, nos traiga más derecha, más reacción, más miocides que, en nombre de la responsabilidad y la patria, nos impongan otra forma de martirio.

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