Se ha escrito una inmensa cantidad de párrafos para intentar definir lo que es el populismo. Sin entrar en el mundo del ensayo, sí es imprescindible dar por entendidas algunas de las cuestiones que alimentan el insaciable apetito del populista.
Toda acción tiene un marco formal expresivo. Lo que, para algunos partidos políticos como el mío es transversalidad ideológica, es decir un tejido de ideas capaz de cohesionar sensibilidades en un país plural, para el populismo es una especie de multiclasismo.
El populista se levanta una mañana y defiende el precio del alquiler de unos locales que asfixian al comerciante de su ciudad. El populista se levanta a la siguiente mañana y, cacerola en mano, defiende al comerciante que cierra por una pandemia global. Todo en uno, anverso y reverso de la misma miseria moral.
Por lo general, la retórica populista se envuelve en sentimientos de patria con banderas gigantes a la vez que favorece, concienzudamente los intereses de una élite local con la que no gobierna, pero para la que sí gobierna, en una especie de caudillismo de barrio abanicado por defectos éticos.
El populista vive varias vidas a la vez porque defiende los valores tradicionales de una sociedad, pero no vive en esos valores, más allá de la hipocresía del silencio y de las máscaras en las que su clan, el de la hipocresía, se siente tan cómodo.
La retórica del populista tiene un eje conductor que incluye valores de pertenencia tribales y formas verbales que hacen del odio la acción que une a los miembros más reaccionarios de cada clase, de allí la diferencia entre multiclasismo y transversalidad.
En el populismo, la ideología no existe, pero late el sentimiento visceral e irracional tan fácilmente representado, hoy en día, en la falsedad repetida de los hechos que apuntan a destrozar al otro sin más.
Para el populista es aquí y ahora, no importa nada más que el momento y su acción política se reduce a la necesidad de su permanencia en el poder. Hará lo que haga falta, dirá lo que se necesite oír y abrazará al mismísimo diablo con tal de seguir siendo la máxima figura del vodevil decadente.
Hace ya unas décadas que la retórica del populismo contagia a la gente e incluso a los partidos políticos. No sabemos si podremos convertir esta tendencia en razón, lo que sí sabemos, porque está escrito en la historia, es que, si el populismo se convierte en acción y la acción en masa, viviremos en medio de una oscuridad y a diferencia de lo que Brecht creía, no cantaremos nunca sobre los tiempos sombríos.