Sucedió en 1920. Unamuno condenado por injurias al rey

Se cumplen cien años de la sentencia que un 16 de septiembre condenaba a Miguel de Unamuno por dos delitos de injurias al rey Alfonso XIII y a su madre la reina María. El indulto del monarca le libró de tener que cumplir un total de 16 años de cárcel y el pago de mil pesetas por sus opiniones vertidas en tres columnas que publicó el diario “El Mercantil Valenciano”.

Los tres artículos publicados entre 1918 y 1919 fueron denunciados por la fiscalía de la Casa Real y no sentaron en el banquillo de los acusados de la Audiencia de Valencia al intelectual vasco hasta el 11 de septiembre de 1.920. El juicio celebrado a puerta cerrada quedó listo para sentencia ese mismo día. Cinco días después se conoció el fallo que condenaba por los dos primeros artículos y le absolvía por el tercero.

“O se acaba el régimen o se acaba España”

El filósofo y escritor, principal exponente de la generación del 98, fue un diletante político que coqueteó tanto con Azaña como con José Antonio Primo de Rivera. Sus opiniones le valieron no sólo la condena por injurias al rey Alfonso XIII sino que en 1924 le costó el destierro a la isla de Fuerteventura, impuesto por el dictador Primo de Rivera. Fue nombrado y depuesto en tres ocasiones de su cargo de Rector de la Universidad de Salamanca. Unamuno, tal vez fue el intelectual más crítico de la realidad política de España en su tiempo.

Pensador incómodo, la columna diaria que publicaba en El Mercantil Valenciano era azote al sistema canovista y a la monarquía.  En septiembre de 1920 Miguel de Unamuno es condenado a 16 años de cárcel y pagar una multa de 1.000 pesetas por injurias al rey Alfonso XIII y a su madre la reina María Cristina. El origen del “delito de lesa majestad” se produjo en tres columnas que escribió en el diario dirigido por Tomás Perís Mora, voz del republicanismo moderado, que se titularon “El archiduque de España”, “Irresponsabilidades” y “La soledad del rey”.

En el primer artículo consideraba que “El problema político de España en lo que al régimen hace no es tanto de monarquía cuanto de monarca” y en el segundo afirma que “Hay en toda monarquía constitucional el rey, el rey irresponsable, por encima de la división de militares y paisanos, división, por lo demás absurda”. Se habla de dos cosas molestaron especialmente al monarca. Uno que se metiera con su madre, la reina María Cristina y el otro que se refiriera a él como el “archiduque”.

En el artículo titulado “La soledad del rey” el autor de “Niebla” o “El Sentido Trágico de la Vida” afirma que “o se acaba el régimen o se acaba España”. En este texto del que finalmente fue absuelto encontramos afirmaciones como que no pueden ser que sean “fracasados quienes nos gobiernen” y afirmaciones respecto al monarca en el sentido de que “debe ser otro servidor de España y nada más”.

Los investigadores de la figura de Unamuno afirman que el intelectual estaba convencido que de ser condenado obtendría el indulto. Conocedor de la personalidad del rey sabía que tras una sentencia severa que le mostrara las ventajas de ser comedido, el indulto otorgado presentaría al rey como un hombre piadoso y benevolente en el imaginario popular.

De hecho, en la sentencia se hizo constar que no se iba a ejecutar al quedar sujeta a los efectos de un Real Decreto de indulto sobre delitos de imprenta.

La funesta manía de pensar

El Socialista en su edición del viernes 17 de septiembre de 1920, hace 100 años, hizo eco en su página 2 de la sentencia a las tres causas que se instruyeron contra Miguel de Unamuno por injurias al rey y reacciona con un breve comentario en tono irónico quejándose de “la funesta manía de pensar” que conduce a los intelectuales “al periódico o al libro, sin disimulo hipócrita, las opiniones propias han sido condenadas en España”.

La publicación se lamentaba de que “una vez más, escogiendo esta vez como víctima a un eminente escritor, cuya actuación vigorosa y original le ha concitado las iras de gobernantes y cortesanos adulones” y afirmaba que “condenar a dieciséis años de presidio a quien ha realizado nobilísima función social y pedagógica en la Universidad de Salamanca es paradójica recompensa”.

Por otro lado dedicaba unas palabras de recuerdo a los casos de otros escritores radicales anarquistas y socialistas que, como en el caso de nuestro querido amigo Acevedo, sufrieron largas temporadas de cautiverio por el único delito de haber merecido que un fiscal solicitase su reclusión en un presidio como supuestos delincuentes de lesa majestad.

Concluía el texto que “contra la dureza incivil de estos códigos medievales” se ha de sumar “los esfuerzos de los hombres de buena voluntad que anhelen días de verdadera libertad para el pensamiento humano”.

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