Hace un par de semanas el Gobierno decidió dar luz verde, en Consejo de Ministros, a la tramitación parlamentaria del Anteproyecto de Ley de Memoria Democrática, Ley que será fundamental para la solidificación de un sistema que debe basar su pluralidad y libertad, también en el reconocimiento de su pasado.
A cuarenta años vista, algunos pueden pensar, legítimamente, que la transición de la dictadura a la democracia no fue todo lo perfecta que habríamos querido, pero el contexto histórico debe entenderse como un condicionamiento de su propia época. Es, por tanto, imposible aconsejar o enmendar desde el presente, lo que se debería haber hecho en el pasado y es incuestionable que esa transición fue la base para el desarrollo y consolidación de nuestra democracia apoyada mayoritariamente por la ciudadanía española.
El proceso hacia la democracia que vivimos en España no puede compararse con, por ejemplo, el alemán, donde americanos, franceses e ingleses, fundamentalmente, contribuyeron decididamente a la destrucción del nazismo, aquí, en España, esos mismos aliados dieron la espalda a la defensa de un gobierno democrático, durante el golpe de estado del 36’, la posterior guerra civil y la devastadora e inmoral persecución de la postguerra. En consecuencia, nuestra democracia fue construida por la sociedad civil y militar que, paulatinamente, se fueron adaptando al sistema parlamentario que nos rige.
Pero aquella época de intentonas golpistas y militarismo rancio, se acabó y la España del siglo XXI pide a gritos justicia, reparación, verdad y memoria, para que, entre otras cosas, personajes de la ultraderecha no intenten destrozar nuestro modo de vida desde las mismas entrañas de la democracia.
No queremos venganza, queremos justicia. Una justicia que debe resarcir a las familias que aún buscan a sus seres queridos humillados, asesinados y enterrados en fosas comunes y cunetas. Nuestras hijas e hijos tienen que reconocerse en un país orgulloso de su libertad, diversidad, tolerancia, riqueza cultural y memoria.
No se trata de desenterrar a los muertos sin más, sino de sacar a la luz la verdad de lo que nos pasó para que las generaciones que vienen tengas herramientas suficientes para no estar desprevenidos ante los nuevos heraldos del odio. La Ley de Memoria Democrática no es solo importante, es también imprescindible.